Primero, verted en un bol grande la harina adecuada para largas fermentaciones (con una fuerza de alrededor de 320). Desmenuza la levadura en la harina con las manos, luego añade el agua, el aceite de oliva virgen extra y comienza a amasar con una cuchara. Cuando el agua se haya absorbido completamente por la harina, añade la sal y continúa amasando hasta obtener una masa lisa y homogénea. Cubre el bol con film transparente para alimentos y deja reposar durante media hora.

Recupera la masa y realiza el primer giro de pliegues de refuerzo: extiende la masa con delicadeza formando un rectángulo, levanta un lado y llévalo hacia el centro, luego haz lo mismo con el otro lado. Gira la masa 90 grados y repite el procedimiento. Vuelve a colocar la masa en el bol y deja reposar durante otros 30 minutos.

Repite este procedimiento dos veces más. Al final del último giro de pliegues, bolea la masa: gírala entre las manos sobre la superficie de trabajo con un movimiento circular, para darle una forma esférica.

Una vez terminados los pliegues, vuelve a colocar la masa en el bol, cubre con film para alimentos y transfiere al frigorífico. Después de 22 horas, saca la masa del frigorífico y deja que fermente a temperatura ambiente durante otras 2 horas.

Una vez completada la fermentación, toma una bandeja de 35×40 cm, úntala ligeramente (alternativamente, fórrala con papel de horno y úntala), coloca la masa en el centro y extiéndela delicadamente.

Precalienta el horno a 190°C en modo estático y hornea la pizza en el centro del horno durante 15 minutos. Transcurrido este tiempo, saca del horno, condimenta al gusto (en este caso he hecho la clásica pizza margarita, con tomate triturado, mozzarella para pizza y un chorrito de aceite) e introduce nuevamente en el horno durante otros 5 minutos. Dado que cada horno es diferente, revisa la base de la pizza: si todavía está blanca, continúa cocinando por otros 5 minutos.