Se empieza con la recolección de la albahaca en el periodo en que las plantas están en el máximo de su frescura, en verano. Las hojas deben ser jóvenes, íntegras y libres de manchas o signos de deterioro. Es importante recoger las hojas al amanecer, cuando el aceite esencial está más concentrado.

Después de la recolección, lava las hojas delicadamente en agua fría para eliminar cualquier residuo de tierra o insectos. Luego, déjalas secar sobre un paño al aire durante un par de horas. Luego elimina cualquier residuo de agua utilizando un paño limpio o papel de cocina, sin presionar y con mucha delicadeza para evitar que las hojas se oscurezcan.

Vierte una capa delgada de sal gruesa en el fondo del tarro, cubriendo toda la base. Coloca una primera capa de hojas de albahaca sobre la sal, tratando de no superponerlas en exceso. Presiona ligeramente las hojas, pero sin aplastarlas demasiado para evitar que se dañen. Cubre la albahaca con otra capa de sal gruesa. Continúa alternando capas de albahaca y sal hasta llenar el tarro.

La sal gruesa es preferible porque ayuda a extraer la humedad de las hojas sin disolverse inmediatamente, creando así un ambiente inhóspito para el crecimiento de moho y bacterias. La sal actúa como conservante natural, gracias a sus propiedades higroscópicas y antibacterianas.

Una vez llenado el recipiente, presiona ligeramente las hojas para compactar las capas y añade una última capa de sal en la superficie para que lo cubra completamente.
Cierra el recipiente herméticamente y guárdalo en un lugar fresco y seco, protegido de la luz directa.

Con el paso del tiempo, la albahaca en sal desarrolla un aroma más intenso y un sabor ligeramente más salado, manteniendo no obstante su esencia característica.