Tarta de pan de la abuela María. Una abuela que conocí este verano que acaba de terminar, nos encontramos juntas en una fiesta del pueblo, sentadas cerca hablando de todo y nada. Así me contó cómo hacía la tarta de pan de su juventud pasada en la llanura donde a veces la nada era todo. Una mujer todo terreno, ya mayor, que sigue haciendo tartas para los nietos y haciendo tagliatelle a mano: – Porque para dos tagliatelle no hace falta la máquina; y luego así me paso el tiempo, me dijo. Entonces bastaba realmente con muy poco para hacer un dulce para la fiesta o al menos su sabor. Se usaba el pan duro, lo que quedaba, cuando quedaba y un poco de azúcar: eran la base de todo.

Para hacerlo realmente una “cosa dulce” se añadía cacao, si la suerte nos asistía. Pero el día que María se sentía rica, se añadían incluso los trozos de las tabletas de chocolate negro que a veces los soldados dejaban caer, o nos regalaban. También las pasas eran especiales, no desde luego las gordas que se compran hoy; eran las que yo misma secaba bajo las pérgolas al sol de finales de verano, un tesoro oscuro y arrugado. Las compradas eran un lujo que no todos podían permitirse…

Y si no había suficiente leche o si simplemente faltaba, el agua bastaba y sobraba. No se hacían historias. Así nacía la tarta de pan, nuestro lujo. La preparaba en los días de verdadera fiesta. Y era una fiesta sin más. El banquete nunca era fastuoso – y no podíamos desde luego imitar los almuerzos de los señores – pero esa masa humilde, hecha de pocos y para nosotros preciados ingredientes, era la demostración de que un poco de ingenio bastaba para conformarse y sacar una sonrisa. Esa tarta sabía a hogar.

A continuación algunas recetas de tartas poco de moda.