Turdilli de Calabria o crustoli. Una receta sencilla Sin leche y sin huevos. Los sabores de mi tierra, Calabria, son un mapa en continua evolución, y siempre hay un rincón secreto por explorar. Los Turdilli, por ejemplo, entraron en mi vida solo en los últimos años, pero con la fuerza de una tradición que parecía haberme estado esperando siempre.

No los encontré en su feudo, el Cosentino, sino inesperadamente al sur, en tierra Crotonesa.

Era pleno agosto, no la austera temporada de las Fiestas, y sin embargo, allí estaban ofrecidos con la generosidad típica de estas latitudes. Unas vacaciones que me llevaron hacia las puertas de la Sila, donde el Mar Jónico acoge las torrenteras que han finalizado su carrera. Un paisaje áspero y soleado, hecho de olivos tenaces y eucaliptos, que en un instante te aturde con sus perfumes. Nací en Calabria, pero incluso después de años, su identidad me sorprende con costumbres y comidas que nunca he probado. Y así, continué mi educación en el gusto, permitiéndome un nuevo conocimiento, un nuevo aprendizaje. Al sagrado almuerzo con pan tostado y el buen aceite, soppressata y pecorino, añadí otros recuerdos: la sardella picante, los crispieddi—que para nosotros, los montañeses, escondidos entre hayas y castaños en las sierras, son las amadas zeppole

Y luego, finalmente, ellos: los Turdilli. Son una experiencia que no hay que perderse, y la elección final es un verdadero dilema calabrés. Deben probarse con la dulzura clara del miel de azahar, producido hacia la llanura junto al mar, o con el miel de higos que sabe a sol. Pero yo, montañesa de alma, me nutro de la miel perfumada de los castaños y de la densa oscuridad del mosto cocido. Así lo hice: preparé las dos versiones. La diferencia, ese toque final que decide el destino, es un debate personal que se consuma en cada bocado. ¿Miel o mosto?

La duda es el sabor más auténtico de Calabria.